Siempre hago balance cuando el año se acaba. Unas veces lo comparto con vosotros total o parcialmente y otras me lo guardo para mí. Pero siempre lo escribo para ordenar ideas y poner cada cosa en su sitio. Me ayuda pensar en lo malo, o más bien en lo que aprendí de lo malo. Y también me gusta recapitular lo bueno, para ser agradecida con la vida y que el poso que deja sea el adecuado.
Pero este año me cuesta, no puedo. Este año, a pesar de ser el año del nacimiento de mi segundo hijo, de mi parto respetado, de mi maternidad disfrutada como nunca, de la increíble experiencia que supone ser testigo de la relación entre hermanos de mis dos hijos, a pesar de todo esto, que es mucho, hay cosas que pesan especialmente.
No quiero ser desagradecida, soy consciente de la inmensa suerte que tengo y puedo escribir sin temblarme el pulso que soy feliz. Pero hay cosas que necesitan más tiempo de cocción. No porque lleguen las uvas voy a estar sí o sí preparada para analizar, desglosar y calcular el saldo positivo o negativo que dejan.
Hay ausencias, decepciones, cambios, metas conseguidas y no conseguidas, hay demasiadas cosas todavía en ebullición dentro de mí. Así que mi balance se pospone. Y mi primer propósito de año nuevo es sencillo: respetar mi ritmo, el ritmo de mis hijos y de mi familia y dejar que las cosas fluyan. Sin presiones, sin lastres, y disfrutando el camino.
Hay ausencias, decepciones, cambios, metas conseguidas y no conseguidas, hay demasiadas cosas todavía en ebullición dentro de mí. Así que mi balance se pospone. Y mi primer propósito de año nuevo es sencillo: respetar mi ritmo, el ritmo de mis hijos y de mi familia y dejar que las cosas fluyan. Sin presiones, sin lastres, y disfrutando el camino.
Creo que 2017 no va a ser especialmente fácil pero sé que las dificultades las superaremos con la alegría del que quiere y se sabe querido. Porque al fin y al cabo, y perdonadme que me ponga tan profunda, lo que verdaderamente da sentido a las cosas es eso.